EL
SIGLO DE LAS LUCES
Alejo
Carpentier
Recientemente
asistí a una nueva edición del Libro Fórum organizado por la Biblioteca Miguel
de Cervantes Saavedra de Colmenar Viejo. La obra elegida en esta ocasión fue El
siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Una novela densa,
magistralmente escrita, que merece leerse como se hace con las buenas obras,
sin prisa.
Durante
la hora y media de la reunión, se mencionaron muchos e interesantes comentarios
sobre la vida del autor, sobre la Revolución Francesa, y sobre cómo aquel
acontecimiento llegó a las colonias del Caribe… El mundo de las ideas, el
fenómeno de la revolución y la idea de la música se pusieron sobre la mesa y si algún sabor me llevé a
casa tras la sesión fue el sabor amargo de la decepción. Y no la decepción del
buen momento que pasé en compañía de
personas tan estupendas, sino el de la decepción que trasciende en la
historia y los personajes de la novela elegida. Una decepción que se traduce en
la incapacidad del ser humano para afrontar grandes cambios sin sufrir grandes
y penosas revoluciones. Y los interrogantes que eso provoca: ¿son necesarias
las revoluciones?, ¿cuál sería el precio soportable para catalogarlas como algo
legítimo?
Para
mí, si la revolución supone derramamiento de sangre, como ha ocurrido en tantas
de ellas, el precio es ninguno. Ningún cambio merece tal sacrificio. La
dignidad humana y el respeto a la vida están por encima de todo cambio que se
quiera imponer a costa del sufrimiento de los demás. Y no nos engañemos: a lo
largo de la historia todas las revoluciones han terminado en tiranía. ¡Ojo con
los vendedores de humo!, comentábamos. ¡Cuidado con el dejarse llevar! Y
entonces hablamos del miedo, el miedo al futuro, el miedo al miedo, el miedo
como proceso mental, el miedo que se vende como anestesia del pueblo…
Como
era diciembre, terminamos la tarde con un villancico. Me hizo gracia ese
ambiente tan familiar, y, de repente, al son de aquella canción popular, tan
distinta a una sonata (cuya estructura se reflejaba en el libro comentado), me
di cuenta de que todos, a pesar de nuestras ideas y, tal vez, de nuestro
pesimismo, compartimos una sonrisa común, pues todos sonreíamos y cantábamos contentos aquello de “pero miran como beben los peces en el río,
pero mira como beben por ver a Dios nacido”. Tanto pensar y pensar y a
estas alturas del siglo XXI, el hombre parece no haber descubierto que la clave
de nuestra convivencia está en ese pequeño de Belén. Lo consideremos como Dios,
como profeta o filósofo, Él tiene la clave, y la clave está en el AMOR.
Sonia Mª Saavedra de Santiago
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