NIGTHAWKS, Edward Hooper (1942)
Todo ha salido mal. Quedamos en que nos encontraríamos aquí, pero no estás. No sé qué pensar, la verdad. La pareja de la barra parece estar incluso más perdida que yo. ¿Cuánto tiempo llevarán juntos? Apostaría a que no se atreven a dejarlo por miedo a estar aún más solos. Sólo hay que verles las caras, no son precisamente Bogart y Bacall. No obstante, ella podría aspirar a algo mejor, o al menos eso es lo que parece estar pensando…
¿Qué hago aquí? ¿Por qué no le dejo? Me ha dicho mil veces que va a hablar con ella, pero sigue sin hacerlo. Hoy es nuestro aniversario pero, por supuesto, no se acuerda. ¿Cómo se va a acordar del primer día que me dijo que estaba obsesionado conmigo y que estaría dispuesto a dejar a su mujer y a sus hijos? Soy una ingenua. Estaba tan enamorada de él que le creí. Necesitaba creerle. Eso me animaba a seguir yendo a la oficina, a seguir pasando por su despacho y a no sentirme invisible. Por fin se había dado cuenta de que yo existía. Al parecer se había dado cuenta desde el principio. Cuando yo pensaba que me despreciaba porque me trataba con desdén, era simplemente su mecanismo de defensa para no dejarse arrastrar por el deseo irrefrenable de abrazarme. Eso fue lo que me contó cuando por fin se atrevió a quedar conmigo, en este mismo bar, pero ahora ya no sé qué creer… Tengo que dejarle, pero entonces, tendré que buscarme otro trabajo y es tan difícil encontrar una empresa en la que acepten a alguien como yo, sólo con estudios básicos y mi buena presencia….
¡Dios! Esta noche está preciosa. Ese es el vestido que llevaba en nuestra primera cita. ¿Cómo iba a olvidarme, si le queda como un guante y hace juego con su pelo? Con esa melena suya que me tiene loco. ¿Por qué seré tan cobarde? ¿Por qué no tendré valor para mandarlo todo a paseo y quedarme con ella? Podríamos empezar de cero en el sur, lejos de esta maldita ciudad. En algún pueblecito de la costa. Pero no, ella no quiere dejar Nueva York, ya me lo dijo. Le ha costado mucho llegar hasta aquí como para dejarlo todo ahora….
¿Dónde diablos estás? ¿Por qué no llegas? Sólo tenías que dejar la bolsa en la consigna. Una bolsa tan pequeña que no podría levantar sospechas. ¿Quién iba a sospechar que dentro de esa bolsita llevabas nada menos que diez mil dólares en diamantes? Quedamos en que una vez hecha la entrega, tú la dejarías en la taquilla 56 de la Estación Central y nos veríamos aquí a las 10. Pero son ya las 11 y ni rastro. Ni rastro de ti, ni de los diamantes. Me la has jugado, ¿verdad? Seguro que te has largado en el primer tren a Chicago. Todo lo que hablamos, todo lo que haríamos en cuanto los colocáramos. Todo era mentira…
¿Qué hora es ya? Las once. Menos mal que sólo me queda una hora para cerrar. Estoy molido. ¿Qué habrá hecho Estela para cenar? Seguro que hay pollo otra vez. Bueno, me da igual, lo que sea, con que me lo dé hecho. La pobre, bastante tiene con aguantar al mierda de su jefe y cuidar de los chicos. Un día de estos le voy a dar una sorpresa, se lo debo. Llevo mucho tiempo pensándolo y dicen que la playa está preciosa en esta época del año. ¡Sí señor! Un día de estos le voy a pedir que se case conmigo.
Susana Montoya del Álamo
AMOR EN EL DINER
Otro jueves más, en el mismo café, y todo para poder verte. Una mujer con una melena rojiza que resaltaba sus profundos ojos verdes que siempre iban acompañados de una preciosa sonrisa. La solía ver de un lado para otro o paseando con sus amigas, pero un día descubrí que tenía a otro hombre que la hacía feliz, lo que me hizo sentir estúpido.
Todas esas miradas y sonrisas que nos dedicábamos habían sido una farsa. Eso pensaba, hasta que los vi paseando juntos hasta el Diner, ella se giró bruscamente nada más reconocer mi silueta, ignorando por completo al hombre que tenía a su lado, y no dejó de mirarme hasta que desaparecí en la oscuridad de la noche. Y así empezó nuestra rutina, todos los jueves ella llegaba con su prometido mientras yo la esperaba leyendo el periódico.
Adoraba su forma de mirarme, podía sentir la electricidad recorriendo mi cuerpo. Era extraño, apenas habíamos cruzado palabra, pero no sentía la necesidad de hablarle, era como si ya la conociera.
Nos buscábamos, pero no llegábamos a encontrarnos, era frustrante sentir su mirada fija en mí cuando él la besaba, era una provocación tras otra, sentía que me pertenecía más a mí que a él.
Y es que mirarse a los ojos es otra forma de decir te quiero.
Andrea Navarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario