ENTREVISTA A RUBÉN
CASTILLO
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¿Tanto puede
doler para un niño la llegada de un nuevo hermano?
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No siempre ocurre, pero cuando se produce es
catastrófico. Se puede ver a ese hermanito como un rival, como un usurpador,
como un intruso. Para el niño todo es visceral, todo es dramático, así que
sentirse “desplazado” le comporta una amargura infinita. Es la vieja máxima del
“príncipe destronado”, que yo he querido explorar literariamente de nuevo.
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¿Era necesario
que Joaquín se alejara un poco de sus padres para desarrollar un poco más su
personalidad?
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Todos lo necesitamos, freudianamente. Los padres nos
ayudan en la vida y son insustituibles e impagables, pero hay un momento en que
precisamos quitarnos de encima su influjo. En caso contrario, siempre vivimos
bajo una protección castradora. Durante la niñez, nos dicen miles de veces la
palabra “no”; y llega un momento en que somos nosotros quienes necesitamos
decir que “no” a ellos. No es odio, ni es revancha: es supervivencia.
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¿Por qué el campo,
y por qué la casa de su tía Paloma? ¿Tan fuertes son las vinculaciones de
Joaquín con ella?
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Quise sacar a Joaquín de su paisaje habitual, urbano y
familiar, para que se desarrollara en otro marco. Mis hijos, que son carne de
ciudad, se asombran de todo cuando los llevo al campo. Es una vuelta a los
orígenes, a la semilla, a lo primordial.
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En la novela se
habla de premoniciones, ¿hasta qué punto cree usted en ellas?
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No sé si la palabra “creer” es la más adecuada, pero sí
que entiendo que existen. A veces “notamos” que algo va a ocurrir y
experimentamos esa sensación de un modo muy fuerte. Para los incrédulos tampoco
existe la inspiración o la musa; pero pregunte usted a los escritores o
pintores y verá su respuesta. Como las meigas gallegas: yo no creo en ellas,
pero haberlas haylas.
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En su trayectoria
como escritor ha cultivado novelas de diferentes estilos, relatos, ensayos y
hasta poesía, ¿en qué género se encuentra más cómodo?
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En todos, francamente, aunque reconozco que la poesía es
el ámbito en el que me he movido menos y con menos agilidad. El resto es prosa,
y en la prosa me desenvuelvo con absoluta naturalidad, quizá porque he sido más
lector de prosa que de verso.
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¿Cuánto hay, si
es que lo hay, de Rubén Castillo en el joven Joaquín?
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Si lo hay es inconsciente. Pretendí construir un
personaje que fuese totalmente ajeno a mí, para sentirme más libre. Crear un
personaje con el que no tienes vinculaciones supone que estás facultado para
moverlo a tu antojo, sin limitaciones. Joaquín es un ente puramente
imaginativo.
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Usted es profesor
de Literatura, ¿cómo podemos analizar la realidad lectora entre los jóvenes?
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Aunque se pueda pensar lo contrario, los jóvenes leen
mucho y bien. ¿Que se tiran dos horas al día enganchados al móvil? Bien, sus
padres o sus abuelos se tiraban dos horas diarias enganchados a otras
actividades. Es el sino de los tiempos. Pero cuando les pones delante una
historia que les seduzca, que les convenza, que les interese, la disfrutan
mucho. En mi instituto yo coordino un blog de lecturas para mis alumnos que,
año tras año, se va nutriendo de los libros que leen de forma voluntaria, y ya
hemos superado las 600 obras. Claro que se lee. En demasiadas ocasiones, la
queja viene de autores que no logran interesarles y se sienten despreciados.
Pero cuando se consigue deslumbrarlos (Care Santos, Gómez Cerdá, etc.) son los
más fieles.
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Sabemos que es un
grandísimo lector, ¿hasta dónde llega la presencia de la literatura en la
historia de Joaquín?
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Impregna la historia de Joaquín, porque los Joaquines que
puede haber en mi cabeza surgiendo de leer las aventuras de Los Cinco, de Los
Siete Secretos, de las mellizas de Santa Clara, de Agatha Christie… Escribo
porque leí; y seguiré escribiendo porque leo. No hay otro camino, creo yo.
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¿Cuáles son sus
próximos proyectos literarios? ¿Volverá a la literatura juvenil?
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Lo inmediato es publicar otra novela juvenil, La voz oscura, que la editorial
MurciaLibro lanzará en mayo. Creo que es más madura que La cueva de las profecías, pero habrá que esperar la opinión de los
lectores cuando comience a moverse por los institutos. Cruzaré los dedos.
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Convenza a un
lector, adolescente o adulto, de la conveniencia de leer esta novela.
- Es muy fácil: léela si has sentido alguna vez que te gustaría verte sumergido en una aventura sorprendente, en algo lleno de misterio, en sucesos que te maravillen. Ésa es la sustancia de la novela: apelar al mundo del asombro, que todos tenemos aletargado dentro del corazón, pero nunca muerto.
Antonio Parra Sanz
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