SOLEDAD, Paul Delvaux (1955)
Azul
oscuro, así estaba el cielo
adornado
con destellos
y una luna blanca pintada sobre él.
Cual tela, el cielo se sujetaba
por los altos pilares eléctricos que daban
luz a las calles, recién iluminadas.
Esbelta, así era la muchacha que paseaba.
Hilos dorados colgaban de sus cabellos
y el sonido del tren
se disipaba a lo lejos.
La medianoche se acercaba,
las luces se apagaban
y la luna se alzaba
Cual tela, el cielo se sujetaba
por los altos pilares eléctricos que daban
luz a las calles, recién iluminadas.
Esbelta, así era la muchacha que paseaba.
Hilos dorados colgaban de sus cabellos
y el sonido del tren
se disipaba a lo lejos.
La medianoche se acercaba,
las luces se apagaban
y la luna se alzaba
sobre
la noche estrellada.
María José Martínez Gutiérrez. Alumna de 1º ESO A
Por
las noches, haya luna o no, me acerco a la estación. En realidad, no
espero a nadie porque nadie hay a quien esperar allí. Me acerco a la
estación cuando ya solamente pasan, de forma monótona, los trenes
de mercancías…
Seguramente
la soledad es esto: observar esos trenes de mercancías que, en la
noche (haya luna o no), pasan y pasan. Entonces me quedo muy quieta y
miro las vías del tren que, a veces, brillan bajo la luz de la luna
(cuando no hay luna no brillan ni nada…).
La
soledad (probablemente) es observar esas vías del tren. Mirar el
andén (también) en ese momento en que ya no pasan trenes de
pasajeros, esas personas a las que -tal vez- aguardar en la
estación y regresar a casa en compañía de alguna de ellas…
En
realidad, da igual la hora, da igual el momento. No importa tampoco
que pasen trenes de pasajeros que suben y bajan del vagón, personas
que se mueven y merodean arriba y abajo por el andén… Da igual
todo eso. Da igual que haya pasajeros a estas horas en que solamente
estoy yo aquí.
No
importa, eso es. Porque, a decir verdad, no hay nadie a quien
esperar.
La
soledad (indudablemente) es esto: esperar a nadie y ponerte un
vestido rojo, quedarte quieta en el andén, mirar la luna (que puede
estar o no…). Los pasajeros, los trenes, el andén… Todo eso no
importa: solamente importa la noche y mi vestido rojo y la luna que
no me sonríe (ni lo hará nunca: esté arriba o no esté).
Así que: vestido rojo, noche, luna, andenes vacíos.
Solamente eso.
Alfonso
García-Villalba Martínez. Profesor
de Lengua Castellana y Literatura
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